Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

lunes, 15 de febrero de 2010

El día después del 14.


Ni un solo centavo en los bolcillos. Ya sabía que terminaría en este estado: estoy al borde de la prostitución. El trabajo de una semana se esfumó en unas cuantas horas. Carajo, creo que no llego a fin de mes. Como odio esa fecha, la odio. Y no hay manera de hacerse el loco, si por todos partes no escucho otra cosa; encima, con las insinuaciones e indirectas que me mandaba desde que comenzó el mes, era imposible fingir amnesia temporal. Ellas sí que disfrutan con la idea, están que se jalan de las greñas de impaciencia, qué bárbaro.

Desde temprano, el celular no paraba de timbrar; al final, no me quedó más que contestar. Tuve que alejar el auricular lejos de mí, parecía que no había logrado dormir, que las ansias le mordisqueaban las entrañas, ¡Vaya gritos que daba!, estaba fuera de sí. Y, como era de esperarse, con la misma voz melosa, que se reservaba para ocasiones como ésta, preguntó: Y, ¿a dónde vamos a ir? A ningún lado. ¿Ya me compraste mi regalo? No tengo plata. ¿Espero que no te haya costado mucho…? Si claro, como si quisiese que me lo arrojaras en la cara y arranques con uno de tus mentados berrinches. Me dieron unas ganas de contestarle así, pero me contuve; después de todo, no tiene la culpa de ser ella.

Debían darme el premio de la academia por la manera que mantuve sonriente durante toda la noche, a pesar de que por dentro me chorreaba de cansancio y sueño. Pucha, mis piernas quedaron como serpentinas. Por Dios, ¡qué manera de pedir! Que liiiindo, abrazó al peluche que, para mi desgracia, era el más grande y, en consecuencia, el más costoso. Maldito oso.

Hasta aquí pude aguantar, no doy más, fue mi último San Valentín. No, esperen… la semana que viene es su cumpleaños. M*&%$@!!!!
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Imagen: LOWON.