-Ramiro Huamán.
Es tu turno, amigo. Era mi turno. Sentía las miradas de mis compañeros golpeándome la nuca. Todas me apuntaban, pendientes de mí. ¿Qué debía hacer? ¿Qué vas hacer, amigo?
Para hoy estaba programado la entrega de los fólderes; ya se acababa el trimestre. Los exámenes -parcial y trimestral- conformaban la mayor parte de la nota final, y el revisa de carpetas de trabajo sólo servía para conseguir algunos puntitos extra. Pero, si es inglés nomás, ¿por qué te preocupas?, ya estas aprobado, manda a rodar a esa vieja. Igual, puntos son puntos, no quiero bajar mi promedio. Qué amarillo que eres ah. Si pues, ese era yo: el chanconcito, el cumplidito, el amarillo. A veces me reventaba ser considerado así. Pero si es lo que eres. No me gusta pues. Quisiera, por siquiera un vez, ser como los demás, ser normal. Ahora es una buena oportunidad, no presentes tu folder. Estás loco, si me quedé ayer hasta tarde tratando de que esté lo más presentable posible, subrayando los títulos, resaltando frases importantes, coloreando los dib… Por fin, ¿quieres seguir siendo un maldito amarillo?, bueno, pues, es ahora o nunca, ya estás terminando, cómo quieres te recuerden los demás ¿así?, muéstrate como parte de la clase, que oportunidad como ésta para reivindicarte con tus compañeros. Eres el único que va presentar.
Los primeros seis de la lista ya habían sido llamados y echados del aula. Nadie había presentado. La profesora, harta por la continua irresponsabilidad de la sección –a excepción de unos pocos- durante todo el año, ordenó que los que no habían cumplido salieran al patio y esperaran al auxiliar –“A ver si así se corrigen, malcriados”- para el respectivo castigo. Yo era el sétimo. Miré a mi derecha y noté que Juan escribía apresuradamente. Me falta la última tarea, me susurró sin levantar la vista de su trabajo, le prestado al Gringo desde el lunes y el puto recién me lo trae hoy. Sí, era el único. Haz historia, tú puedes, vamos, graba este día en las paredes del recuerdo de la promoción, y tu nombre estará firmado debajo. Es que tenemos que elegir entre lo que es fácil y lo q… Ya me tienes hasta el pito con ese refrán, sólo te estoy diciendo que lo hagas por esta vez, ¿es tan difícil? , después puedes continuar con tu manía de ser un estudiosito de mierda, ah, ya me llegaste ya, haz lo que quieras, a mí que chucha me importa.
-Presente.
No, no podía hacerlo. Cogí el folder, me levanté de mi lugar y me dirigí al frente. Avancé despacio, sin mirar a nadie, con el folder fuertemente apretado, rígido bajo el brazo. Llegué a la primera fila.
-Me lo das el lunes, me debes luca. Le entregué el folder a López, que se sentaba primero en mi columna. Torcí a la derecha. El pupitre de la profesora está a la izquierda, oe, a dónde vas, no me digas que. Hacia la puerta. Me salí. El aire que había estado aguando durante todo el camino se impaciente con fuerza con suspiro. Lo había hecho, y me sentía… bien…creo. Una gran emoción hinchaba mi pecho, era un sentimiento que sabía a una adrenalina jamás experimentada. No sentía remordimiento, ni angustia, al contrario, estaba orgulloso de mí mismo. Lo ves, te lo dije, ahora, goza este momento. Un gran bullicio de había desatado tras mío. Un gran alboroto que provenía del aula. Me volví. Los que todavía quedaban dentro, vitoreaban con ganas, chiflaban con fuerza, aplaudían, chancaban las carpetas. Se disponían a abandonar el aula, todos de golpe. Sabían que podía ser el único que llenara el cuadrito de ‘Presentación de Folder’ en el registro de notas, así es que sólo aguardaban mi reacción. Y cuando vieron que me iba, no necesitaron que la profesora los continuara llamando. Para qué perder el tiempo, mejor salirse de una vez. “Buena, Ramiro. Recibía palmaditas en el hombro y en la espalda. Te luciste, tú todavía.” Los saludos aumentaron aún más mi satisfacción. Ah... Me sentí complacido, feliz por mi hazaña rebelde; la primera que cometía en todos mis años de estudiante. Si pues, ahora, a pagar el precio.
Nos quedamos saltando en cuclillas hasta el cambio de hora, cada uno con su carpeta sobre sus hombros.
-Pobre que se les caiga, empiezan de nuevo. ¡Vamos cincuentaa!
Fue muy doloroso, y gracioso a la vez. Nada funcionaba contra nosotros. Nos reíamos del innovador castigo que se nos aplicaba. El auxiliar, estoy seguro, debía haberlo inventado especialmente para nosotros. Pero, al final, no se me quitó la alegría de estar padeciendo al lado de mis compañeros. Así somos, así seremos. ¿Quiénes? Pues, los jodidos del Quinto ‘J’.
-¿Ah, no quieren? ¡Vamos setentaa!
-¡VAMOS!
Ouch, la espalda…
7.
Imagen: LOWON.