Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Niño, no llores.


No digas te vas a poner a llorar. Qué tienes, ya estás viejo ya. Como si fuera gran cosa. Hay tanta gente que lo está pasando peor que tú. Debería darte vergüenza llorar por pequeñeces. Te estuve advirtiendo desde principios de mes, pero, tú, terco, no me entendiste, o no quisiste entender. Sécate la cara, se te va a maltratar los cachetes. Fuerza, pues, muchacho, valiente. Acaso necesariamente tienes que estar ‘feliz, feliz’ a cabalidad. No existe un día en el que uno se sienta con una dicha absoluta. Siempre se van presentar cosas que bien nos hace enojar o llorar. Yo prefería estar iracundo que triste. Toma, suénate la nariz. Así es la vida, ya debería estar acostumbrado a ella. Es sólo un nombre, no una regla que deba cumplirse; es una etiqueta comercial, un logotipo que atrae a incautos y los envuelve, los manipula. La gente se deja llevar por un ánimo cursi e irracional. No comprendo porque te dejaste arrastrar también, si te expliqué. Conversamos sobre esto, sí o no. Te dije, bien claro, que no te ilusionaras por gusto, que no te estés imaginado la noche perfecta. Todos contentos, en casa, tomado chocolatito caliente; riendo, con el ambiente musical de fondo; sentados festejando la Noche Buena. Eso es una utopía, simplemente eso. Te dije que nunca pasaría, y que esperaras lo que se viniera y te conformaras con ello. Acaso no te lo dije. Si lo sabré yo... Supongo que es por tus años que no tomaste bien en cuenta lo que hablamos. Me haces recordar a mí mismo, cuando tenía tu edad. Sí, me recuerdas lo tonto que también fui entonces. Quería que no pasaras por lo mismo, por lo que pasé. Los niños son tan fantaseadores. Me dan lástima. No saben que al llegar la noche de navidad, tal vez no haya nada frente a ellos esperándolos. ¿Y qué hacen? Se ponen a llorar, como tú. O tal vez sus padres no están con ellos, o estén, pero riñendo, o quién sabe, algo más, sacándose la mugre. Macho, pues. Mira, me sobró un pedazo de Sublime. Toma, aquí está. Cómetelo, te hará bien. ¿Mejor? Uy, ya está goteando, hay que apurarse. Termino de llevar estas cajas y nos vamos. Hum… ¿te gustaría ir a la plaza a pasear un rato? Pero primero te tranquilizas, o no vamos. Yo no camino con llorones. Ponte bien ese chullo. Va caer un aguacero de melas, el cielo está bien negro.

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Imagen: LOWON.

martes, 7 de diciembre de 2010

Es hora.


El final es sólo otro comienzo. Es rebobinar la existencia tenida, y esperar, sólo esperar. Me alegra haberme preparado para este momento. Llegó la hora.

Para ser sincero, tengo algo de miedo; no debí decir eso. No he de dejarme llevar por emociones vanas que no hacen más que trastocar el temple que debe reinar en ratos como estos. Respirar profundo y pausado es la forma de mantener la calma; de tener conmigo de la mano el control elemental que caracteriza a todo ser que se considere racional.

Cuando las cosas se ponen feas, tengo mi propia fórmula para esquivar los efectos adversos que la mala suerte carga consigo: simplemente relajo los músculos faciales y hago que, poco a poco, una sonrisa se explaye a sus anchas. Una sonrisa siempre ayuda, ante cualquier circunstancia. Pero, ojo, no cualquier sonrisa. No una como de conformismo o de mera felicidad, sino una con sabor a autosuficiencia, a arrogancia, una que diga yo, yo, y yo. Hacer como si te sintieras en la cima de todo, con laureles celestiales coronando tu cabeza, con el cáliz de la infinita sabiduría en la izquierda y en la diestra, la espada bañada del poder concentrado del universo; con las miradas de admiración fijas en tu porte, y con los rivales rendidos y agonizando bajo tus pies. Es la cara que quiero mostrar, la expresión que quiero ostentar cuando la muerte se me ponga en frente.

Quisiera haberme despedido de mamá. No le hubiese dicho que vendría, que llegaría en una hora; fue una mala idea. Seguramente, debe estar preparando algo para cuanto se supone que debía llegar. Así es la doña. Nunca deja de estar pendiente de mí. La comida puesta en la mesa esperándome, calientita y hecha a mi agrado, tu favorito, hijito, cómete. Y las preocupadas interrogantes: cómo estuviste, hijito, ¿bien?, te habrás abrigado bien, esta haciendo un frío horrible, deberías llevarte una frazada más, seguro te estás congelando por la noches y tú te aguantas sin decir nada, no debes dejar hacerse calar de frío, es malo, hazme caso, hijito, sino de viejo vas estar quejándote de los huesos igual que tu padre.

El viejo, mi viejo, caray. Siempre con sus poses de altivez y jactancia. Aunque fue poco lo que tenemos, no deja que las cuestiones patrimoniales menoscabe el grueso orgullo que lleva encima. Áspero en su expresar, con mirada de ojos pardos que reconocían el hedor de la mentira como un sabueso infalible, de pasos presurosos y selectos a la vez, con modales reducidos y, sobre todo, fiel devoto de la pulcritud personal.

Lo estoy oyendo: Puntualidad, hijo, sé puntual y responsable para todo; también me decía: si vas hacer una cosa, hazlo bien o mejor no lo hagas; y sobre todo recitaba: la arrogancia te alejará de la mediocridad, no lo olvides, hijo, nunca los hagas. No lo hice, papá, no lo lo olvidé.

Su nulo entusiasmo para celebrar el día del padre es lo que más puedo resaltar del particular carácter del señor. Más que poco gusto, detestaba esa fecha. Solo debíamos dejarlo en paz para que de verdad le deseáramos un feliz día. Nunca se me será celebrado ése día, cuanto me hubiese encantado. Pero en fin.

Los voy a extrañar. Qué bueno que se me permitió tener a mis padres conmigo. Un privilegio único del que se ignora tener. Vaya, lástima de que no pueda poder ver como se les va plateando la cabellera o sus pieles frunciéndose por todos lados. Oir sus comentarios de como mi barba se me va haciendo más espesa y tupida con los años. ¿Cómo hubiese sido todo?

Soñé con que me pasara alguna vez; me dije: algún día veré la versión reducida de mí, dormido profunda y cómodamente en mi brazos, un ser que llevase mi nombre y me llamase papá. Que cuando de niño practicase pelea con mis piernas, que sus manitas puñetearan mi espalda, se colgase por mi cuello queriendo que lo elevase por sobre mí, con la manos levantadas imaginando que ya es grande, mucho más que yo. Llevarlo a la escuela, cruzar de la mano en las esquinas, dejarlo una cuadra antes de llegar para evitar ser vistos por sus compañeritos; forrar sus cuadernos, asistir a las reuniones, pegar en lo alto de su habitación el diploma que trajera cada fin de año. Pucha, tantas cosas por hacer y que nunca podrán ser.

Ya falta poco, ¿y si les llamo? No, qué diciendo, no entenderían. Solo espero que la noticia no les sea muy agresiva. ¿Quién irá a dárselas? La escucharan en la radio o la verán en la televisión. Mejor así.

Gracias que no pueda ver a mi madre llorar, creo que no lo soportaría. Ya hablamos de esto varias ocasiones, aun en contra de su voluntad. No le era agradable escuchar hablar sobre morir. No digas esas cosas, hijo, se quejaba y me mandaba callar.

No debí tomar este bus. Cobraba barato el pasaje y mi bolsillo daba pena, no tenía opción; además, nadie es adivino.

Bueno, es en la siguiente curva: el camión invadirá nuestro carril y el resplandor de aquellas luces serán lo último que veré. El niño de al lado comienza a llorar, también sabe lo que se avecina.

Estoy consciente, y agradecido por todo. No sé si se podrá recordar pero haré lo posible por conservar mis recuerdos, y a ustedes con ellos. Espero ser digno de ser recordado también. No hay por qué temer, a todos nos ha de llegar; simplemente me tocó, solamente me adelanté un poco, nada más. O o, es hora. Me despido de ustedes, su amigo de siempre. Ad…


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Imagen: LOWON