Putamare, qué hiciste, pedazo de bestia. No, no, no. Ahora sí que te me caíste. Estabas borracho, seguro, porque no me explico cómo mierda pudo habérsete ocurrido tal cosa. Dime que estabas borracho, que te encontrabas fuera de ti. Por lo menos di algo, levanta la cara, carajo. Mírame cuando te hable. ¿Acaso no tienes orgullo? ¿No sabes valorarte? Esta burrada que acabas de cometer, es una bajeza. Te humillaste como un mugroso perro, sarnoso encima; te degradaste al grado que jamás hubiese imaginado que llegaras. Le besaste los pies, prácticamente, ¿estás orgulloso de eso? Y veo que me engañaste, todavía. Solo a bailar un rato, algunas horitas de diversión. Ya, que vaya un toque, dije, para que se distraiga y deje por un momento de perder el tiempo con esos libros que te tienen medio tarado, ¿para qué?, para que me salgas con este cuento. Te fregaste tu solito, huevón, es lo que no sabes. Pero ya vas a ver, mañana en clase, vas a ser el hazmerreir de todos, yo sé lo que te digo. A los cojudos como tú no les queda más que andar con la cabeza gacha, mientras los demás se llenan la boca de chismes, comentarios, burlas. Pero lo más triste va ser cuando te la topes. Ahí te quiero ver, pues. Cómo vas a reaccionar, ¿vas a estar feliz? No creo. Se te va caer la cara de vergüenza. Acaso no pensaste en eso, acaso creíste que todo es cosa de hablarle y ya. ¡Carajo, no! Ah, no sé realmente, me da ganas de… molerte a patadas, ahora mismo. Me decepcionas. Dónde quedaron nuestras pláticas, acaso me hiciste hablar por las puras. Te explique que estas vainas se tratan con guantes y pinzas, y que nunca te dejaras llevar por el animal que llevas dentro. ¿No me escuchaste todo eso? Entonces, qué mierda te pasó.
Se suponía que éramos uno solo. Una simbiosis perfecta e inalterable. Me fallaste, me diste la espalda, me escupiste en la cara; eso se llama traición, eres un traidor de porquería. Me cambiaste por una cualquiera, que quién sabe si no será una puta de esas. Y ni siquiera te respondió. ¡Ja! Me das lástima, ciertamente. Ya te estoy viendo comprando tu campeón y luego botando espuma, tirado en el suelo, retorciéndote con una sabandija. Nos mataste. Carajo.
Bueno, allá tú, te diste el lujo de comportarte como un rastrero y ahora pagarás las consecuencias de tus actos. Pero no digas que no te advertí. Si la preferiste a ella que a tu pata, no hay nada que pueda hacer, excepto desearte lo peor. Cosa que estoy seguro que te espera. Y si te veo por ahí, solo y zarrapastroso, no te preocupes, que procuraré pasar encima tuyo, y si me da ganas, me mearé además, para que te haga fresco, con tanto calor. Hasta nunca. ¡Declararse! Por Dios. La cagaste, hijo mío, la cagaste…
7
Imagen: LOWON