Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Loca.


Creo que lo amo. No puede ser, te lo dije. Es que… tenía que contárselo a alguien, no aguantaba más. Me alegra que fueras tú. Además, es la primera vez que me pasa. Estoy tan feliz.

No sé por dónde comenzar. Ya, ya. Bueno, fue cuando hicimos grupo, para el trabajo de filosofía, ¿te acuerdas? Se le veía tan lindo con ese suéter plomo, y su peinado de lado; creo en ahí me enamoré de él. Es que no sabes, me quedé mirándolo por horas, pero de reojo, para no levantar sospechas. Cómo se reía, ¡ay!, sabía tantas cosas.

Con cualquier escusa, trataba de acercármele. A ratos le acariciaba la espalda, subrepticiamente, parecía que se daba cuenta y a veces no. Es que es medio tímido, es otra cosa que me gusta.

El otro día: como la habitación de Fausta era pequeña, hacía un calor maldito. Pusimos nuestras casacas en un rincón, para combatir el sopor que invadía. Cuando noté que todo mundo se enfocaba en lo suyo, me deslicé y me atreví a coger su abrigo. El perfume de su cuerpo, para mi deleite, había dejado su rastro en la prenda que tenía acariciando suavemente mi rostro. La aspiraba una y otra vez, casi frenéticamente, misma bolsa de terocal. Me era tan excitante. Qué haces, interrumpió la metiche de Luna. Nada. Esa cojuda, me echó a perder ese momento tan sublime. Lo bueno es que de verdad es una cojuda, así es que no comentó nada.

Poco a poco nos fuimos haciendo patas. Salíamos juntos de clase, íbamos tomar el bus, juntos también; en él nos sentábamos lado a lado, y entre empujones compartíamos contactos. Lo de él era un simple juego, con sus golpes bruscos; pero para mí, eran las mejores caricias que por su parte podía recibir. Al menos por el momento, porque pronto, muy pronto serán de verdad. Si no fuera porque somos tan iguales, cosa que, lamentablemente, nos separa. Se convierte en la prohibición de no poder llegar a más.

Con el tiempo, la duda se fue convirtiendo en certidumbre: lo amaba, como nunca había amado a nadie, como nunca me puedo imaginar amar a una mujer. Me hizo aceptarme a mí mismo, es otra de las razones por las logra que me rinda a sus pies. Rompió mis cadenas, me abrió la puerta.

Ya no me importa el qué dirán. Lo amo y es todo lo que sé, y debes saber. No miraré hacia atrás, de ahora en adelante sólo me dejaré llevar por mi corazón. Daré paso a la ilusión que reprimía dentro durante tanto tiempo. Haber dime: ¿Acaso dos hombres no pueden ser felices juntos?

7