Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

miércoles, 4 de julio de 2012

Bailamos.

De Flor estoy enamorado desde ya casi un año, y Rico está con ella desde, más o menos, el mismo tiempo. Se puede decir que yo la vi primero, y que me gustó a mí primero; pero en estas vainas del amor, eso no sirve de mucho (nada).

Fue en aquella fiesta, quizá, en donde perdí mi gran oportunidad. La vi sentada, como descansando de tanto bailar; esa fue mi oportunidad. Estaba presto a sacarla. ¿Bailamos?, me acercaría sonriendo, la voz firme y convincente (con los nervios atados con la ayuda de los tragos, por supuesto). Ella me diría que sí, y con este simple comienzo vendría todo lo demás.

Pero no fue así. Yo la seguí viendo, por en medio de las luces y el humo circundante, de lejos, solo viéndola, ahí, sentada. Es que no fue una cuestión de cobardía. No. Como dije, la bebida había disuelto el concreto de la timidez que a menudo cargaba en el estómago, impidiéndome actuar frente  a las chicas. Tenía los miembros relajados, la confianza a mil, y las palabras correctas dispuestas a  salir y  acariciar a cual oído femenino se presente en mi camino.

Si sólo hubiese sabido que Carina me largaría una semana después de aquello, no hubiese tenido reparos en sacar a Flor a bailar. Carajo. Rico tiene razón, a veces hacerse el correctito no vale nada. Hubiésemos bailado, pegados, a un ritmo propio, solo de los dos, horas y horas. Hubiese hecho gala de mi mejor repertorio con ella, todas las de Amado Nervo. Pero estaba comprometido entonces, tristemente atado. No podía hacer nada, ni bailar simplemente; sentía que los ojos de Carina estaban también en la fiesta, fiscalizando mi comportamiento, tanteando mi fidelidad. Me quedé viéndola descansar.

Cuando hube vuelto de la barra a verla nuevamente, ya no estaba en la silla donde la dejé: la busque entre la gente, agudicé la vista a más no poder (no debía haber bebido tanto, caray), hasta que la ubiqué. La encontré bailando con Rico. Mal nacido. Este pendejo ya me había ganado. Él era ahora quien recorría la pista pegadito a ella.

Di un largo respiro. Me sentí sobrio de repente. Me dije que no valía la pena seguir atormentándome con querer tenerla; además seguía con Carina. Había pasado la prueba, ves, Carinita, no soy capaz de faltar el pacto de los dos. Me sentía bien conmigo mismo. Mi relación era más fuerte (al menos por una semana más).

Y así van las cosas, desde ya casi un año: Rico y Flor juntos; creo que van bien, incluso; no sé. Yo ando callado nomás, y solo también. Mal nacido.


7

domingo, 1 de abril de 2012

Memoria.


Pasaba algo, estaba mal: otra vez así, llorosa. Papi, por qué, qué se han hecho ahora. ¿Los gritos de siempre, los insultos, o fue algo más? Mi Mamá me dijo que saliera un rato, me mandó a comprar no sé qué: era una excusa, era porque discutían; me quería fuera para que no oyera, yo quería estar, mami, por qué me sacaste, por qué me mandaste a la tienda, ahora no sé lo que tienes. Obedecí rápidamente, corrí como pude a la tienda: señora Yolita, una leche. Cuando regresé, ya los encontré así. Mi mamá sentada en una banquita, medio triste, sus ojos rojos, hinchados, habías llorado, mami, y te restregaste con el dorso las manos para secarte, lloraste, mami, ¿te dijo algo feo, mami?, ¿te pegó, mami? Me miraba, y con una pobre sonrisa me decía: no pasa nada, hijito, todo está bien, no te preocupes. Mentira, me mientes como siempre, mami, ya sé lo que pasó, no me lo quieres decir. Está bien, no me lo digas, no quiero oírlo, no quiero llorar ¿por qué me hiciste llorón, mami? Papá viendo la tele, imperturbable, serio, sus brazos cruzados; ya se había acostado, las frazadas solo hasta la cintura, ¿no diría nada? ¿Estás arrepentido por lo que le has dicho a mami? No te importa que llore, ¿por qué, papi? Vamos, amístense, tú la quieres, ¿verdad, papi? Vamos, dile algo, abrázala, abrácense, ¿o no?

–Hijo, ven un ratito– le llamó la doña Inés.

El niño caminó, atravesó la cortina que dividía la habitación; su mamá lo veía desde afuera, le decía ven con la mano. Salió al patío. Estaba oscuro, hacía frío, tengo frío, ¿por qué me sacas al frío, mami? ¿Tiemblas de frío o de miedo, llorón? La doña se puso de cuclillas frente él. Por entre lo oscuro, trató de distinguir bien las facciones de su rostro: se la notaba más tranquila, ¿no? Nubes negras habitaban el cielo, cegaban el reflejo de la luna, no la dejaban iluminar. No, seguía triste; solo sonreía un poquito, como para darse fuerzas, para poner buena cara. Un bolsón viejo yacía a su costado, parecería contener algo esponjoso, ¿era ropa?

–Voy a ir a Conima, hijito. Voy a ver a la Mamita y al Papito.

¿Te ibas, mami? No te vayas, no nos dejes, papi te quiere, solo que, solo que, no me dejes, tengo miedo, mami. Seguía llorosa, se había mojado la cara, los cabellos, arreglado su trenza. ¿Tratas de aparentar serenidad, mami? No salgas así a la calle, la gente se va dar cuenta de que lloraste, que tu marido te pega, que tu hijo no te defiende, que soy un llorón, también.

–¿P-por qué?, ¿vamos todos?

–No, yo nomás. Te quedas con tu papá. No va ser por mucho.

Te irás de la casa, ¿tanto así es papá? No, mami, tú eres valiente, sabes aguantar, ya pasará , ya no será así para siempre, tú me decía que va cambiar, va cambiar algún día, que no volverá a pegarte, a gritar nunca más, esperemos ese día, mami, ya llegará.

–Si te pregunta algo tu papá, le dices que estoy donde la señora Yolita, que estoy tejiendo con ella.

 Se separarían; viviría cada uno por su lado. Mamá se regresaría donde sus padres, al campo; papá seguramente de quedaría aquí, con su trabajo y todo; harían sus vidas por separado, ya no se aguantan, no se soportan, vivir juntos es imposible y criar hijos les parece odioso, lo único que los ata soy yo. Eso es, ahora me van a odiar a mí, me he convertido en el símbolo de su desgracia, el lazo que los condena a una vida para malvivir bajo el mismo techo. ¿Por qué naciste, niño? No sé. Para joderles la vida, para eso naciste. Si no fuera por ti, hace rato que serían libres. Tu mamá ya no estaría aguantando tantas patadas, tantos puñetes; tu papá ya no tendría que gastar su pobre sueldo en cosas para ti. ¿Acaso no te has dado cuenta? Viven en la miseria, en este cuartucho, lleno de ratones, arañas, de babosas ¿Te parece esto una familia? El señor grita, pega; la doña llora, se queja. ¿Y yo…? Y tú qué, tú no existes, más bien estorbas; te dejarán por ahí. ¿Me iré a vivir donde la tía Marce…? No me gusta esa tía, cocina feo, siempre está como molesta conmigo, cuando vamos a visitarla a su casa casi ni me mira, no me deja acercarme a su tele: ¿querrá tenerme, quererme? Quién sabe, niño, quién sabe.

–Ya, mami... –No llores, hijito, ponte valiente.

El niño asistió, lagrimeando en silencio. Ya mami, no voy a llorar, seré macho; no le diré nada a mi papi si me pregunta, le mentiré, no le diré la verdad. Chau, mami, te cuidas.


Imagen: LOWON.

7