Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

¡No voltees!


Ya no había lugar y el bus estaba por salir. Pasé un rápido vistazo por los asientos sin mirar a nadie, pucha, ya no hay sitio. Avancé despacio por el pasillo con maletín en mano, oh, ahí hay uno. Ocupé rápidamente el asiento que daba al pasillo, casi al final. Me senté enseguida. Apurado como estaba no me fijé en mi vecino, ni le pegunté si estaba ocupado el asiento, y como no me dijo nada, asumí que no.
Me puse cómodo. Posé el maletín en mis muslos, revisé la hora, crucé los brazos y di un-ahhh…-largo bostezo. El carro emprendió la marcha.
El timbrar de un celular me despertó. No era el mío, así que volví a cerrar los ojos. Fui en ese momento donde caí en cuenta. Al oír que contestaban lo supe, supe quien viajaba a mi lado. Es su voz, es ella, apreté con fuerza los ojos, ¿por qué a mí, por qué ahora?
No había duda. El recuerdo de aquella vocecilla que por varios días hizo eco en mi cabeza, desde aquella vez, y que con tanto esfuerzo había tratado de olvidar, volvió, y estaba ahora conversando, riendo, a milímetros de mí. Todo por las puras.
¡Cómo no me di cuenta!
Debió ser por la prisa que no me percaté quien iba ser mi compañero de viaje, con un chequeadita hubiese bastado. Pero qué le vamos hacer, será de compartir el asiento. ¿Y ella, me habrá visto? No, no creo. ¿O sí? Ojalá que no.
Seguía escuchándola. Traté de mirarla de reojo ¡No lo hagas! No lo hice. Ahora recuerdo que tenía la cabellera larga, eso debía de ayudar. Seguro le cubría la vista hacia los lados y no le permitirá verme. Felizmente. Bendito sea su pelo…
¿Qué debía hacer? Pues, es obvio, no. Habrá que decirle algo, no puedo quedarme callado, le hablo, ¿De qué? No sé cualquier cosa, siquiera un saludo ¿Y luego? Este…hum. Mi mente estaba en blanco. Sí que das pena, ah.
La desesperación era tal que el control me abandonaba. Mis manos sudaban, los dedos tamborileaban frenéticamente mis costados y los pies se movían inquietos. ¡No voltees, aguanta!
Un momento. Pero si ni siquiera sabía si se acordaba de mí, me estaba haciendo paltas por gusto. Puede que no, y al hablarle yo, me miraría sorprendida. “Qué le pasa a este atrevido”, pensaría.
Acaso eres un cobarde. Ay, tanta vaina, lo haré. Si me toma como loco, no me importa, además, empezar nunca ha sido fácil. Si pasa algo malo, pues, que pase, al menos no me quedaré con la incertidumbre de saber qué hubiese pasado. Pues de una vez, no la hagas larga. Tomé aliento y…
-Hola
No fui yo.

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