Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

jueves, 15 de octubre de 2009

‘Boquita de Caramelo’

Recién eran las once y diez, tenía tiempo todavía. No sabía qué hacer y la flojera frenaba el intento de hojear un libro.

El sol brillaba con fuerza, el cielo despejado, un vientecillo travieso se paseaba refrescando el ambiente. ¿Qué podía hacer? Relajarme y tener un momento de ocio o permanecer sentado en una fría sala de la biblioteca, con el cuello doblado, los dedos congelados, el trasero entumecido, tratando de memorizar nombres de señores uniformados ajenos del afeitador y fechas desconocidas, totalmente extrañas para mí, cuando ni siquiera yo mismo podía -tampoco me interesa- recordar bien mi cumpleaños.

Mientras analizaba las alternativas, unos gritos llegaron a mí. Las voces daban a entender que se trataba de muchachos, y no me equivoqué. Por donde pasaba, en una de las canchas deportivas, había un grupo de jóvenes disputándose una apasionante y sudorosa pichanguita. Parecía estar interesante, así es que me detuve a observarlos.

Lo que me llamó la atención no eran las jugadas que realizaban, los pases o los tiros de gol. No, nada de eso. Sino que los gritos que había escuchado al principio, antes de acercarme, eran en realidad un arsenal de las más carismáticas y selectas lisuras. Toda una metralla de ellas que, combinadas entre sí, una tras otra, se remitían recíprocamente de un jugador a otro, como quien reparte abrazos en navidad o año nuevo, algo así.

Y vaya que se mandaban unas buenas, de todos los calibres y potencias. Verían la intensidad con la que las pronunciaban, la especial energía que empleaban al soltar cada palabra que, al escucharlas, (recordé mis días de colegio) me producían una carcajada incontenible. De verdad, muy gracioso. Pero su repertorio se limitaba a repetir las mismas de siempre, -no tienen la originalidad de Ismael- las ya conocidas por la mayoría y que siempre están, lamentablemente, presentes en nuestro vocabulario.

Pero dirán, ¿qué de extraordinario hay en todo esto? Y tienen razón, ya no tiene nada de raro.
Las ‘malas palabras’ están tan enraizadas en el léxico diario, que nos parece normal escucharlos a cada momento, y porque no, también decirlos en cada oportunidad.
Pero he aquí una inquietud que ahora les comparto: realmente, ¿es necesario el hacer uso y hasta abuso de ellas? ¿Qué buscamos con su utilización? ¿Por qué continuar mancillando nuestro idioma? que por cierto, gracias también al aporte de la jerga, está más ultrajada que meretriz en carnavales.

Los practicantes de este ‘lenguaje’-y no puedo excluirme- manifiestan tener diversos motivos para expresarse como lo hacen.

Por una parte declaran que por costumbre. Como mencionaba arriba, estamos rodeados de estos vocablos malsonantes que se nos pega y terminamos adoptándolo como propio. Estar en constante contacto, oírlas seguido incitan a su usanza. Funciona como cualquier moda, uno ve -en este caso escucha- e imita.

Otros hablan de practicidad. Con un vete a la m…estamos dando a entender de manera clara y breve, por decirlo así, nuestro deseo de querer alejar, mostrar un desacuerdo de forma brusca a la persona a quien va dirigida el mensaje. Es más rápido. Sí, seguro, y el receptor también será rápido en entender.

Pone énfasis a lo que decimos. Supongo que se refieren a que podrían ser exclamaciones de las emociones que vivimos en el momento, tratadas como interjecciones. Una respuesta que me parece más aceptable. No se les ha escapado un ajo -a mí sí- al hacerse morder los dedos con las gavetas u otro tipo de golpes fortísimos, o cuando nos salen mal las cosas; o un hijo de p… con una persona a quien le tenemos especial inquina; o cuando la selección milagrosamente mete un gol; es tanta nuestra euforia que adornamos el grito: ¡GOOOOLL, c*nÇh%tu...!!!!! Palabras ‘especiales’ en situaciones especiales.

Estamos entre varones, es normalazo pe’ weon. Una contestación digna de quien me la dio. En fin. O sea que, ¿entre nosotros tenemos cabida para dejar que nuestra boca dispare a diestra y siniestra lo que nos sabemos?, no tanto así tampoco. Eso de 'estamos entre varones' está dando a entender que las groserías son exclusivas y con sello masculino, y no es así. Las mentadas de madre también tienen su origen en labios pintados de colorete. Claro, como no existen diferencias de género, ellas adoptan las artes del mal hablar, y cuando se trata de decirlas, no tienen reparo ni límites; hasta creo que nos ganan. Algo muy interesante.

No sólo se puede lastimar a una persona con golpes al físico, sino que también al espíritu. Aquí la soecidad desempeña el papel de lastimar. Su finalidad es la de agredir al otro por medio de la violencia verbal. Se debe tener especial atención con lo que se dice. Las palabras dichas son como las piedras que se lanzan, si las arrojan, ya no vuelven.

No hay que olvidar que: Para hablar y comer pescado hay que tener mucho cuidado.

Y, ¿te consideras un ‘boquita de caramelo’?, ¿cuáles son tus excusas para ‘piropear’ a tus amig-@s?

Pero tal vez me respondan: Y a ti, qué xuxa te importa… Pero igual.
Imagenes:LOWON.
Post reeditado.
Lp7

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