Otra navidad así… ¿Por qué?
. . .
El panetón
continuaba desnudo sobre la fuente, desde hacía rato; el chocolate ya no daba
muestras de querer conservarse caliente, sus vapores eran casi nulos; los pocos
cohetillos y silbadores que compraros seguían en la bolsa plástica, junto con
el incienso, los trozos de carbón y las velitas; todos botados en suelo, al
lado de la puerta de la cocina, sin que nadie se moleste en levantarlos ni
siquiera de acordase que están allí todavía.
Él también se
había quedado inmóvil. No se le ocurría otra cosa que llorar, llorar en
silencio, llorar como siempre. Por entre los brazos cruzados sobre la mesa, tenía
la mirada fija en la mesa, pero no veía nada: sus ojos estaban nublados por la
pena, por profunda tristeza que lo colmaba, por sus lágrimas. ¡A esta edad! Ya
debía estar acostumbrado, porque no era la primera vez que pasaba esto en casa,
en navidad. Cada vez era como si fuese la primera vez para él.
. . .
Siempre, los
veinticuatros de diciembre, se despertaban bien temprano porque la gran emoción
contenida durante toda la noche explosionaba dentro de sí, arrinconando con
violencia sus párpados para dar paso a la luz del día, del día más esperado del
año. Excitando como estaba, salía a toda marcha de la cama y se apersonaba al
nacimiento que, año a año, se armaba en una esquina de su habitación. Esta noche nacerá su hijito, María, José, a
las doce.
La señora,
por esta temporada, se quedaba trabajando hasta bien tarde, y debían esperarla
para salir juntos de compras. Duérmete,
decía aburrido su papá desde el sofá, seguro
que viene tarde, agregó sin quitar la vista de la televisión. No, tengo sueño, esperaré. No podía
atreverse a dormir, la tradicional salida de noche buena había llegado. El sueño puede jugarme una mala pasada, debo
resistir..Este año será distinto… Los ojitos le escocían de cansancio, pero
la obstinación era uno de los mayores defectos de Lope. Subió a la azotea. El
frío debía ayudarlo a mantenerlo despierto hasta que su mami llegase.
. . .
Su papá
gritaba, su mamá respondía igual, el niño solo escuchaba. La señora estaba de
pie, frente a la cocina; el hombre sentado en la mesa circular, ocupando su
asiento. Ambos se miraban directamente. Los insultos iban y venían, cada vez
con mayor intensidad; Lope sólo escuchaba. Era como si se hubiesen olvidado que
él todavía estaba sentado, entre ellos. Reñían con tal brutalidad que cualquiera diría que se tratase
de una disputa de los más declarados enemigos; pero eran esposos, eran sus papitos.
Parecía que las paredes de la pequeña cocina no aguantaría el golpe agresivo de
sus voces. El enfrentamiento no tenía dónde acabar.
Levantó la
mirada por un segundo y se topó con los ojos de su padre. Estaban inundados de
odio, inyectados de ira. ¿Y tú por qué
lloras? Vete a dormir. Obedeció. Salió en silencio, sollozando, sin decir
palabra. El patio estaba totalmente oscuro, la luna negaba a convidar un poco
su luz. Seguro que también está enojada,
o triste, pensó. No fue a su cuarto. Se sentó en una banquita que encontró
debajo de de las gradas.
. . .
Y allí está todavía, llorando calladamente. No puede recordar porque fue la discusión, y tampoco quería hacerlo. La Noche Buena fue olvidada, dejada de lado, arrugada como papel higiénico y arrojado al tacho, al igual que la ilusión de Lope.
Y allí está todavía, llorando calladamente. No puede recordar porque fue la discusión, y tampoco quería hacerlo. La Noche Buena fue olvidada, dejada de lado, arrugada como papel higiénico y arrojado al tacho, al igual que la ilusión de Lope.
No recordaba
de una Noche Buena que cumpliese con su título de ‘buena’. Tras las puertas de su
casa, esa denominación quedaba muerta, sin valor. Aun por lo mucho que tratase
de cambiar el hábito infausto que se había arraigado, era inútil. Siempre se
volvía a repetir. En eso. Pum, pum. Los fuegos artificiales coloreaban el cielo nocturno. Reventaban, salpicaban
chispas, hacían piruetas multicolores, ruidos diversos: una paranoia explosiva
daba cuenta que la navidad había llegado ya. Feliz navidad...
Mejor descansa,
niño, mañana será otro día. Las lágrimas se abrían paso humedeciendo su pequeño
rostro. Al siguiente año será distinto.
Se lamentaba, lloraba.
Imagen:
HECTORÍN.
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