Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El Grafógrafo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Moriré y… y nada más.


Como dijo el gran Héctor Lavoe: ‘Todo tiene su final, nada dura para siempre. Tenemos que recordar que no existe eternidad’. Cuánta razón; y la vida, en especial ella, no se escapa de esta regla. Por eso, es mejor que me adelante a su venida; tengo que dejar en orden, con respecto a mí, lo más posible.

Siempre tuve mis propios conceptos con respecto a la muerte en todas sus facetas, o sea, el -no sé si la denominación será correcta- inter mortem. En vida, miro con malos ojos, casi de burla, los rituales que tenían las personas para con sus muertos. Esta ‘necrolatría’, en especial en nuestra cultura andina, hacía que creara una barrera que me alejara de idiosincrasia a mi alrededor, inclusive, avergonzarme de ella. Costumbres distorsionadas y confusas por tratar de encontrar concordia entre lo pagano y lo impuesto por la Iglesia Católica que, combinadas, conformaban una mezcla nada armoniosa. Sin embargo, mantengo el respeto por sus actividades y por quienes las practican; estamos en un país libre y cada quien puede pensar como quiera. Es por eso que debo dejar bien en claro cuál es mi posición cuando me toque ser objeto de esas ceremonias. Los muertos también tienen derechos, por decirlo de algún modo, y concurriría un insulto grave para mi memoria que mis principios y en lo que he creído siempre sean pisoteados cuando pongan en acción sus creencias en el tratamiento de los cadáveres cuando se ocupen de mi cadáver, o lo que quede de mí.

Cuando mi cuerpo esté todo rígido, frío y comience a despedir olores nada agradables -o sea, que empiece a apestar-, y pase a formar parte de la vecindad una, nada alegre, necrópolis; hay algunas cositas que quisiera se den o, por el contrario, que continúen como están, claro, si no fuere mucha molestia. Pero si, por cosas de la vida, o porque no les diera la gana, por falta de tiempo, porque se les olvidó, porque no era nadie para ustedes, o por cualquier otra excusa que tuviesen, no puedan cumplirlas, haré lo posible -aunque sé que es inviable- de convertirme en uno de esos espíritus, fantasmas, que tanto hablan los chamanes, para hacer que mis pedidos sean hechos a carta cabal. Si quieres que las cosas salgan bien, tienes que hacerlas tú mismo.

A ver, empecemos.


Aunque en vida me comporté como un cobarde, por mis constantes despliegues de un llorón apremiante, no quiero que ustedes, mis amigos, hagan lo mismo. Mamá, mami, por favor, trata de controlarte. Papá, sé que tú lo harás. Siempre te admiré por la gran templanza que mostrabas en las situaciones de carácter sentimental durante los años que estuviste conmigo. Prométeme que te mantendrás así. Hectitor, espero que te acuerdes de mí con una sonrisa, nunca con lágrimas; aunque yo muchas veces te las haya provocado. Perdón. A los demás -si los hubiese-, si fui malo con ustedes, tienen razones para llorar, porque ya no tendrán con quien vengarse; pero si no, rían. Estaré más que satisfecho si, hasta muerto, puedo arrancarles algunas risas si trastoco en su memoria.

¿Un velatorio? ¿Para qué? No quiero descomponerme ante la mirada de la gente. Tiene que ser una cuestión privada, íntima. ¿Quién invento eso? Evítense también de aventar miradas por la vitrinita del cajón para ver mi cara, no hay tanta diferencia con la que tenía de vivo; pero creo que el morbo de ver un cadáver es más fuerte que mi petición. No tienen porque perder su sueño; en vez de velarme, son ustedes los que se van a desvelar, y eso es malo para la salud, si lo sabré yo. Además, no deseo ser el pretexto para que se amanezcan libando -disculpas a los que sí les gusta -. Así que, en esa parte, conmigo de ‘pelaron’. No malgasten el dinero que les costó, sudor y dolores de espalda, ganar, ni mucho menos maltraten su cuerpo por causa mía.

En vida, me fue lamentable ver a las personas con la ‘costumbre’ de que, si te invitan a un compromiso, por ejemplo, un matrimonio, un vaciamiento de techo, velorio, o cualquier otra celebración, los invitados lleguen con cajas de cerveza a rastras, todos sonrientes y con la frase ‘mi cariño’. Vaya cariño que se tienen. Odié y odio la cerveza. No puedo permitir que esa bebida, que tantas desgracias trajo a mi casa, a mi familia, y seguramente a muchas más, me acompañe en mis últimos momentos sobre la superficie terrestre. No, jamás. Y, qué tal si en una de esas, así borrachos, se tropiezan con el ataúd y, ¡pum!, me voy al suelo. Qué roche. Quiero entrar en mi caja y de frente al hueco, ¿no se supone que debo descansar en paz?

Una vez salteado el inútil velorio -y por esta razón, seguro todos sobrios y descansados- dirijámonos al cementerio. La caminata se los dejo a su libre disposición, con tal que no sea petulante ni pomposa. Aquí debo agregar algo que siempre me fastidió bastante: una comparsa de músicos cerrando el corte funeral como si fuese una procesión santoral. Pero, creo que sería más práctico, y cómodo para todos, llevarme directamente al cementerio en alguna movilidad, para que ustedes no me exhiban por las calles.

Siempre me gustaron las flores, verlas, admirarlas; pero de nada le sirven a un muerto. Si no me las regalaron estando vivo, ya para qué. En eso sí, mi mamá se diferenció de los demás. Siempre para los cumpleaños, en el centro de la mesa, en el florero más grande, por el volumen del contenido, ponía un ramo de flores; se veían bien y adornaban el día: el mejor de los regalos. Por eso, a ella se las puedo recibir, salpicadas por los rocíos de sus ojos…

Palabras de los presentes - si los hay- sería muy interesante escuchar. Pero que sea breve, las moscas están que me rondan. Já, es ahí donde se mandan con sobonerías: ‘era así, era asá’, sólo las partes buenas. Bah, por favor, dejen la hipocresía a un lado, si quieren hablar de mí, hágalo a carta cabal, tal como fui, o como me dejé ver, con imparcialidad. Una verdad a medias es una mentira. Pueden decir, por ejemplo: ‘era bueno, pero también era una m…’. Cómo quisiera estar presente para aplaudir al franco que me diga mis verdades; aunque estando vivo hubiese sido mejor, ¿no?

Quiero echarme en la tierra, envolverme en cubiertas de polvo que me acompañe y abrigue. Sí, eso es lo que quiero. Pues, polvo eres y en polvo te convertirás. Estoy hecho de tierra y a ella quiero volver. Caven lo más profundo que puedan, ¡pero cuidado con que el pozo se llene de agua! Eso de estar cerca del lago va ser un problema. Mejor no tal hondo. No quiero estar archivado en un nicho de cemento, prefiero acostarme con los gusanos, en el suelo. Los gusanos sí que van estar de mala suerte porque con lo poco que va quedar de mí no tendrán para llenar el buche. Ah, no les dije, claro pues, para qué desperdiciar mis órganos en alimentar gusanos, pueden llevarse de mí lo que estimen necesario, siempre quedará algo que sirva, no creo que termine tal estropeado e inútil.



Todo lo que se iban a gastar en la borrachera del velorio y de las flores, pueden invertirlo en la lápida, en la cruz o lo que me coloquen en la cabecera, aunque prefiero lo primero. Que mi sepultura tenga una fachada sencilla pero bonita, con mi nombre grabado, bien clarito, para que los borrachos, en Todos los Santos, cuando vengan a visitar a mis vecinos, sepan a quién le están pisando u orinando.

Hablando de dicha fecha, de Todos los Santos, debo hacer hincapié en esta parte. Mis pas siempre me llevaban, cada dos de noviembre, al cementerio Central para visitar a las ‘almitas’ y rezarlas. En mi niñez hacía caso sin protestar, pero cuando crecí objeté el propósito de tal actividad. ¿Por qué? ¿A qué o quién se supone que debo orarle? Cómo pueden tenerle más confianza a una ‘almita’ que a Nuestro Señor. Se dan por depositar su fe en un ser humano cualquiera, ¡y encima muerto! No pues. Veremos si les hace caso. Pero la cosa no queda en solo dedicarles plegarias, sino también ofrendas. Encima de la tumba, despliegan panes, galletas, maná, caramelos, y platos de comida; cocinan lo que al fallecido le gustaba comer en vida, me dicen, y separan una gran porción, la mejor presa, en el plato más grande, para que el muerto deguste del agasajo. Pucha, qué desperdicio, disculpen la expresión pero, qué ignorancia. Claaro, tanto tiempo, solito en el camposanto, debió darle hambre, pobrecito; una gaseosita más, no, mejor una cervecita, ¡A tu salud, muertito!

Ni se les pase por la cabeza cometer esas torpezas conmigo. Los tengo advertidos. Nada de ‘ocho días’, misas, rezos, nada de nada. Cocínense para ustedes, disfruten de los panes que preparen, adornen sus mesas con las flores que compren, pidan a Dios por sus familias, por los que viven. Tampoco me pidan milagritos a mí, en ese estado no podré ser de mucha ayuda, ninguna ayuda.

Serán muy pocos, les aseguro, quiénes vengan a visitarme a ese lugar tal lejano. Pero no importa, no creo que me dé cuenta si vienen o no, ‘porque los muertos nada saben… Me quedaré hasta el final en la tierra donde nací, donde por primera vez mis ojos fueron iluminados por el prodigio de la vida, donde di mi primer chillido, en una parcela rodeada de árboles de eucaliptos, en las laderas de lomas generosas que oyeron mi llanto; al frente del Soasi, a orillas del Titicaca, en Conima, sí, allí. Por favor, déjenme dormir, esperar en ese pueblo. Se los agradecía bastante.

Les pareceré un engreído pero, como les dije, háganlo por alguito de respeto a mi memoria.
Gracias por escucharme. Se despide, muy respetuosamente de ustedes, su servidor, J. Bayardo Chata. Hasta pronto.


Noviembre del 2009.



Lp7

Imágenes: LOWON